El cambio social produce miedos, es cierto, pero no querer el cambio puede estancar a nuestros jóvenes en un mundo falso. La naturaleza, mudable como siempre fue, aporta sus circunstancias y en el mundo actual, ya inmersa en las transformaciones de modos de vida, aún más. Lo vemos con la pandemia de la Covid-19. Tal nos parece que ha venido de improviso a alterar para siempre nuestras vidas y eso provoca mucha sorpresa y, al decir de muchos analistas, patologías psicológicas graves. Pero lo verdadero es que los cambios ya existían. Cambios en los modos de vida, en las relaciones familiares, en el trabajo, en las ideas y, muy importante, en los sentimientos, amores y rechazos. Y todo ello nos debe llevar a preocuparnos y a reflexionar sobre cómo estamos educando a los adolescentes y a los jóvenes. Por principio la etapa de la adolescencia es cambio, pero encima de esos cambios les sobreviene un dinamismo social y laboral que termina por desorientarlos. Y, lo que es peor, por dejar desorientados a los padres y a los educadores.

Los adolescentes oscilan con bastante frecuencia entre la manía egocéntrica y la tristeza en la que nada tiene sentido. Y, entre estos dos extremos, el alma joven se debate en diversos cambios de estados de ánimo. Ya de por sí, aunque el mundo social fuera más previsible, nuestros jóvenes se debatirían entre seguir siendo niños protegidos y ser adultos competentes. Y demasiadas veces les falta unidad y coherencia en lo que sienten y lo que dicen, entre lo que piensan y lo que hacen. No es un drama, ni es algo criticable, es la condición de su desarrollo biológico y mental. Pero en un crecimiento sano esto debería ser solucionable. Ese remedio depende tanto del joven como de sus padres, del alumno tanto como de la educación que reciba. Si esta educación fuera ineficiente, el problema podría tener solución en chicos que ya sean buscadores incansables de su propia seguridad interna y de sus propias oportunidades vitales. Pero ¿para qué arriesgarse en lo que no es sino una lotería? Mejor, mucho mejor es que los adultos les ofrezcan unas guías básicas, unos valores sólidos. No demasiadas normas, pero sí aquellas que afirmen la seguridad en sí mismos y que los animen a comportarse de manera cooperativa.

Lo primero es lo primero. La moderna ingeniería de edificios y otras infraestructuras tienen en cuenta la inestabilidad del terreno y los posibles movimientos sísmicos. En Japón, área de terremotos donde las haya, diseñan cimientos con capacidad y holgura suficiente para permitir una cierta oscilación cuando un temblor amenaza con derribar el edificio. Las piezas con que hacen esos cimientos son muy resistentes, pero el engarce entre ellas es suficientemente flexible y móvil. Cuando llega el seísmo aquellas no se rompen y la estructura cede y se mueve lo suficiente para resultar indemne. Ni piezas frágiles, ni estructura rígida. Esa es la fórmula que puede ilustrar lo que podemos y debemos impulsar en los jóvenes que aún tenemos entre nuestras preocupaciones.

Estas son las que no varían en su resistencia. Son los estados de ánimo y los principios que el adolescente debe formar para evitar vidas de vaivén, sin sentido ni felicidad.

  • La primera de ellas es la autoestima. Inevitablemente hemos de ir a eso. Sin sentirse competente, aceptado en su más íntima esencia, un joven se mostrará incapaz de verse a sí mismo como un actor. Se sentirá pasivo, sometido a lo que sus amigos dicten, a lo que el entorno determine y a lo que las modas le ordenen. La primera regla de la supervivencia en la naturaleza es creer en la propia capacidad.
  • La autodisciplina es la segunda pieza resistente. Hoy en día se insiste demasiado en que importan más los sentimientos que las razones, pero se dice esto sin pensar que los sentimientos siempre existirán, que las emociones están ahí para ayudarnos. Y decir que eso va contra el pensamiento racionalmente deliberado es no comprender que todo ello es una sola condición del ser humano. El amor (a los amigos, a los padres, a la pareja, a la profesión) están ahí para unirnos, pero no todo es sentimiento. Si permitimos que un adolescente se deje llevar por cada efusión del momento nunca será un adulto feliz y útil. La autodisciplina significa que es capaz de decidir responsablemente cuándo debe estudiar y arreglar su cuarto y cuándo salir a divertirse, por ejemplo. Y eso se logra guiando sus emociones a querer lo que ha decidido que le conviene para realizarse. Así es como la emotividad de un adolescente puede servirle y no ser su desgracia.

Y estas dos piezas han de ser muy sólidas. Sintiéndose competente pase lo que pase (autoestima) y actuando con decisión cada día (autodisciplina) puede abordarse el levantar el edificio de su propia vida. Las habitaciones de la nueva casa son muy variadas y debe cultivarlas todas, pero esas salas han de estar adaptadas a los cambios del mundo, no ya actual, sino del que le llegará.

Cuando llega a la adolescencia, el ser humano tiene ante sí o muy cerca ya todos los aspectos de su vida, todas las habitaciones que él mismo ha de construir. La importancia de cada una de esas áreas de la vida variará porque los cambios sociales le indicarán qué debe atender prioritariamente. Pero es necesario educarlos en que, a la larga debe cultivar cada aspecto. Estos son:

  • Pareja. Encontrar a alguien con quien compartir intimidad, satisfacciones, obstáculos, pasión y proyecto de vida.
  • Familia. Mantener los vínculos, mientras sea posible, con la familia de origen.
  • Amigos. Relaciones satisfactorias con ellos y vínculos de intereses comunes en los que cooperar.
  • Cultura y/o espiritualidad. Lectura, artes, devociones y conocimientos de diversos tipos son importantes para entender el mundo, saborearlo y saber qué lugar ocupa en él.
  • Trabajo. El sentido de la valía se demuestra en este aspecto. Desarrollar el espíritu emprendedor (aunque se trate de un trabajo por cuenta ajena) y cooperativo es una de las satisfacciones mayores.
  • Dinero y posesiones. Es fundamental su logro honesto. El suficiente para desarrollar las otras áreas equilibradamente.
  • Placer. Sentir placer haciendo todo lo anterior es la meta máxima de la educación del adolescente. Pero es posible que este busque actividades de puro placer, porque está en su impulso inmediato el “pasarlo bien”. Por ello la educación ha de orientarse a placeres sanos. Intensos, pero sanos.

Hemos repasado las habitaciones principales para que el adolescente las vaya considerando. Y debemos educarle en que las tenga en mente desde muy pronto porque si no es así, alguno de esos aspectos puede olvidársele por el camino.

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