Rafael Nuñez Aponte-Covid y niños cómo puede afectar la pandemia

Cuando se mantienen teorías alejadas de la realidad, la educación de nuestros jóvenes se resiente gravemente. Y cuando se cree que la realidad de la mente infantil puede abordarse sin hacerles caso a las ciencias que estudian el cerebro y el pensamiento, se confunde el mito con esa realidad que se dice respetar. El mismo fraude se comete cuando se ve la mente infantil como una vasija que se puede llenar a gusto de los adultos como cuando pensamos lo contrario. Y eso contrario es creer que la mente ya tiene en sí todos los mecanismos con los que su conocimiento mana sin necesidad de un método para guiar sus pasos. Al final la teoría del niño-vasija y la del niño-fuente acaban convergiendo en suponer en que el aprender es arbitrario y caprichoso. Nos sometemos al capricho del educador o nos sometemos al capricho del niño.

Nada hay en la naturaleza de los cerebros humanos que avale que el alma del niño es un lienzo en blanco o un recipiente vacío. Como fruto de ignorar los procesos mentales y anímicos tuvimos una educación basada en repetir y repetir hasta la saciedad unos mensajes definidos. A través del lenguaje y las frases, construidas para “llenar” esa vasija, se creía formar al niño. Memorizaciones de tablas de multiplicar sin comprensión del concepto y uso de la multiplicación. Memorización de listas de hechos y fechas históricas sin comprensión de la relación entre ellos. Repetición de frases con prescripciones de comportamiento sin desarrollo de la empatía. Todo ello en pro de una educación alejada de la realidad científica sobre la mente del niño. El resultado era (hoy día nos hemos ido al extremo contrario de esta idea) que se consideraba el lenguaje establecido como molde en el que encajar el alma del niño. Al final, el lenguaje se confundía con el pensamiento y las palabras con el aprendizaje. Curiosamente, o no tanto, el resultado es el mismo que el de la filosofía educativa contraria, la del niño como fuente innata de conocimientos.

Aplicando el mito del “buen salvaje”, que atribuía a los hombres en estado tecnológico primitivo una sabiduría superior, buena y armónica, se pretendió terminar con todo lo hecho en educación hasta el momento.  Rechazando adecuadamente, sí, que la infancia no es la etapa donde podemos grabar a cincel lo que se decía que debían aprender, se llegó al error contrario. O mejor, se llegó al mismo punto de partida dando un rodeo. El mismo fraude educativo se sirvió en un plato diferente. Es así como se abandonó la memorización ya que era un modo de manipular la mente con mensajes estereotipados y arbitrarios. A cambio de ello se postuló que el niño debía construir él mismo sus propios conocimientos haciendo uso de la verbalización innata que emitía según lo que veía. La multiplicación brotaría naturalmente de la manipulación aditiva de objetos de colores. La historia se convertiría en un mero relato de personajes, anónimos o no, sobre los que el niño daría su propio juicio. El niño como único protagonista de su propio aprendizaje se convirtió en la pauta dominante. Según este objetivo de construir el conocimiento se dio especial hincapié a que las palabras que este utilizaba eran las aceptables solo porque era el mismo niño quien las usaba. Lo que juzgaba acerca de la realidad era bueno porque sí: punto. Y avanzaría en su conocimiento porque sí: también punto. Sus expresiones verbales debían ser aceptadas porque, al fin y al cabo, los filósofos de la educación afirmaban que el lenguaje es la construcción arbitraria de la mente, en este caso la del niño.

Se tildaron ambos enfoques como “conservador”, el de la tabla rasa o el niño-vasija; y de “progresista”, el del niño-fuente o buen salvaje. Grabando palabras en el alma infantil como el estereotipo de una imprenta o grabando sobre la vida las que el niño iba elaborando se llegó al mismo fraude. La comprensión científica de la realidad y del modo cómo los humanos podemos crear conceptos que se acerquen a esa realidad quedó ausente. Como consecuencia de eso la educación “conservadora” quedó desbordada por un mundo cada vez más cambiante y la “progresista” amenaza con fantasear con uno inexistente. Quienes pagaron y pagan estos platos rotos son los niños.

En el caso de esta idea sucede una segunda mentira que se cuela por debajo y da al traste con ella. De tal manera, quienes pretenden convertir al niño en el único protagonista de la educación fracasan, puede que deliberadamente, en lograrlo. Como se dice que el lenguaje es un capricho humano y toda expresión, toda opinión, todo juicio del niño es válido, cualquier expresión verbal es válida. La emita quien la emita. Es ni más ni menos que decir que el lenguaje construye lo real. Construyamos lo real, se dice, mediante las palabras y llevemos las palabras correctas a la escuela para que los niños cuiden qué dicen y cómo lo dicen. Y así los gurús educativos que determinan el nuevo lenguaje acaban imponiendo a los niños sus premisas. Curiosamente, o no tanto, el resultado de esta idea del niño-fuente termina donde terminó la del niño-vasija. Hay que reescribir lingüísticamente la mente del niño. Nadie, por tanto, hizo caso a la ciencia.

Tras mucho debate entre ellos se va imponiendo una criba que es, en sí, una buena noticia. Resultado de esa criba es:

  • Que sin memoria no hay aprendizaje, pero que la memoria no es fundamentalmente de palabras sino de contenidos. Que lo que recordamos es imprescindible para entender el mundo pero se recuerda en una red mental que desborda las palabras. Los niños deben memorizar secuencias lógicas para no desvariar con mitos. Recuerdan imágenes con significado personal, pero que han de recordar también las que son pertinentes como seres sociales y en contacto con lo real, no contra lo real.
  • Que los objetos, los espacios, el uso de las herramientas, las cantidades, los afectos y las emociones de los demás son anteriores al lenguaje y que este debe ayudar a ajustarse a lo que es, y no a la inversa. Aunque ese ajuste sea imperfecto, aunque las palabras a veces nos confundan, no debe aceptarse que las palabras lo son todo. Son ajustes del cerebro que busca lo que conviene a un ser vivo: sobrevivir comprendiendo el medio en que viven. Ni inventándolo ni negándolo.

La educación es una tarea fundamental que las sociedades humanas abordan. La misma importancia tienen los sistemas educativos como lo que enseñamos a los niños en los hogares. Sustituir la investigación por el mito, la ciencia por la fantasía trae malos resultados.

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