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Algo que siempre ha llamado la atención es que Venezuela tiene cierta resistencia a aceptar el fenómeno del bullying como algo negativo e incluso se suele aupar al acosador por ser más «vivo» que la víctima.

Esta visión cultural del acoso produce una preocupante apatía en una gran cantidad de jóvenes y padres que lo confunden con el chalequeo criollo y se escudan bajo la típica frase: A mí me chalequeaban de niño y no ando llorando como ahora, que por todo gritan bullying, lo que tienes es que aprender a defenderse.

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Y si bien es cierto que, el Estado Venezolano y la implementación de la LOPNA han permitido abrir el debate sobre un marco jurídico que actué directamente en los casos de acoso escolar e infantil, todavía queda un largo camino para enfrentar eficientemente este problema. Y es que cuando hablamos de bullying, el problema más grande radica en nuestra sociedad y ¡NOSOTROS MISMOS!

El bullying tiene un impacto directo en la autoestima, el desarrollo y la capacidad de los individuos para establecer relaciones sociales sanas; estudios recientes confirman que las consecuencias del acoso pueden manifestarse hasta varias décadas después.

Y aunque muchos lo miren como algo irrelevante o una cosa de niños ¡EL BULLYING NO ES UN JUEGO!

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Por eso es tan importante que los padres, los niños y la sociedad, trabajen en conjunto para entender este tipo de comportamientos y actuar oportunamente para detenerlo en sus primeras manifestaciones. No nos referimos a un episodio de violencia física o psicológica, el bullying empodera al bully en detrimento de la estabilidad emocional, psicológica y física, de la víctima.

Produce cuestionamientos sobre los propios valores y pone en tela de juicio la confianza con la familia por miedo a la reacción de sus miembros.