Joven Seguro-1 millón de estudiantes en América

Un niño se ve sometido a bullying y no ve que haya nada que hacer para cambiar la situación opresiva e injusta. Un estudiante se esfuerza e, incluso, obtiene buenas calificaciones sin que haya una palabra de apoyo, o lo contrario, de padres y/o profesores. Una persona recibe maltrato psicológico o físico de su pareja y siente desconcierto y desolación.

Todos sienten profundamente que nada pueden hacer para librarse de la situación, para cambiarla en algún sentido. Incluso asumen que son culpables, que algo mal hay en ellos. Creen que el acoso, el maltrato, las palabras de desprecio por su esfuerzo son merecidos. Se sienten personas defectuosas. Y todo ello a pesar de que el cruel castigador no tenga razón objetivamente, realmente.

Así vive la indefensión aprendida quien la padece. Así de limitado se siente. Todo tiene solución con autoestima aprendida, con rebeldía necesaria, pero es diferente cuando se trata de niños a cuando se trata de adultos. Veamos.

Los niños son especialmente sensibles a lo que los adultos o sus compañeros de parque o de colegio les hacen. Pueden empezar siendo personas sanas y con amor propio, pero, si se les niega el estímulo merecido o se les persigue por cómo son de manera continuada, acaban hundiéndose. En la infancia tenemos pocos recursos personales. En esa etapa dependemos mucho de los adultos hasta para lo más elemental: comer, disfrutar de cobijo, curar las enfermedades y aprender a vivir. Las expectativas que tenemos de sentirnos valiosos dependen, por tanto, de lo que recibamos del entorno.

La tormenta perfecta se da cuando el niño sufre menosprecio por sus esfuerzos y recibe constantemente mensajes de no ser valioso. Aprende a no defenderse e, incluso, a merecer ese desprecio. Es cuando ese niño se comporta de manera que atrae la atención de personas que abusan de ellos. Pueden, además, tener tendencia a relacionarse más tarde con personas que los ningunean y que les oprimen psicológicamente. Cuando llega su juventud y su etapa adulta pueden unirse a quienes los tratan así.

Si se trata de niños inteligentes o de niños con carácter racionalmente rebelde llegan a veces a salir de esa situación, a escapar. Al menos es algo y eso es mejor que vivir sometido a la misma opresión. Pero siempre hay secuelas, restos de comportamiento que rebelan el sufrimiento vivido en la infancia. Se someten a situaciones problemáticas justificándolas de una u otra manera. Justificando al causante de su dolor o agrandando su propia responsabilidad hasta creerse merecedor de aguantar y aguantar.

Hay una correlación entre haber sufrido indefensión de niño y vivir episodios de lo mismo ya de adulto. Sin duda que hay diferencias entre las personas, pues no todas heredamos los mismos rasgos psicológicos. Pero sí que existe ese hilo conductor entre la conducta de indefensión aprendida de niño y la aceptación de ciertos abusos ya de adulto. Bien en el trabajo, bien entre las amistades, bien en la pareja, las probabilidades de sufrimiento por todo esto son mayores si la indefensión se aprende en la infancia.

La buena noticia es que el adulto, en nuestra sociedad abierta (imperfectamente abierta, pero abierta al fin y al cabo), es capaz de buscar otro trabajo, otra pareja, otras amistades. Y cuando encuentra en sí misma y en alguna de sus relaciones un atisbo de liberación puede empezar a verse más valioso y digno de respeto.

  • Rebeldía básica. No tiene un objetivo racional, pero sí es una señal de que hay una energía esencial capaz de transformarse en algo positivo. Quien sufre indefensión, quien acepta los mensajes tóxicos puede rebelarse ejerciendo cierta toxicidad ante otros. Ha aprendido una manera de relacionarse fundamentada en ejercer negatividad y menosprecio. Es una mala opción pero puede, con reflexión y objetividad, convertirse en algo mejor. Produce dolor como respuesta al dolor que se sufre o que se sufrió. Insisto en que no es buena opción en absoluto pero revela cierta necesidad y capacidad de liberación.
  • Rebeldía saludable y liberadora. Utilizando la energía que nos da lo anterior, es posible, además, utilizar la racionalidad y el deseo real de vivir experiencias estimulantes para uno mismo y para los demás. Se necesita ser objetivo y ver la realidad con amplitud. Comprobar que sí se es útil a pesar del mal aprendizaje de la indefensión. Mostrarse a sí mismo que sí es válido para estudiar y afirmarse con los resultados de su esfuerzo al estudiar. Sentirse útil comprobando cómo las cosas salen mejor cuando uno interviene en ellas a pesar de lo que digan los demás. Alejarse de las personas persistentemente negativas porque el mundo es más amplio y estimulante de lo que se nos quiere hacer creer. Influir en las personas motivándolas a mejorar y crecer para, también, sentirse a sí mismo competente para motivarse y crecer.

Lo que nunca es una opción es vivir interiorizando el comportamiento indefenso. Lo que no es una opción es querer agradar siempre, ni querer someterse siempre con tal de recibir una mínima esquina en el pequeño mundo de una o unas personas crueles. Ni siquiera es una opción renunciar a los proyectos personales por someterse a los de otro.

Lo óptimo es, por el contrario, relacionarse cooperativamente, en el colegio, el trabajo, las amistades, la pareja. Sentirse capaz y válido y comunicar estímulos de superación en los demás. Comprender que no todo sale bien pero que la mejora es posible para cualquiera siempre que utilice racionalidad, empatía y autoestima.

 

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