Rafael Nuñez Aponte-Juicio Social y acoso en niños y mayores

La cita del filósofo, corroborada por décadas de estudios de psicología social, nos lleva a referirnos a un caso dramático de acoso perpetrado por la opinión pública y por la publicada. Acoso del que no cabe más que extraer consecuencias educativas y sociales. Se trata del caso, hoy revivido, de Dolores Vázquez y la falsa imputación de asesinato que recayó sobre ella. Veinte años después es posible intentar su rehabilitación, aunque el daño ya está hecho y esa restitución será incompleta. ¿Qué ocurrió en términos de psicología social? ¿Qué consecuencias educativas podemos extraer?

La primera fuerza actuante en el caso de los errores al juzgar a otras personas es el llamado “efecto de primacía”. Según este (estudiado por los psicólogos S. Asch y E.E. Jones), la primera de las conclusiones extraídas, el primero de los rasgos valorados sobre una persona, pesa siempre más que todos los demás que se observen posteriormente. Y es que es algo demasiado común escuchar cómo se dictamina, con un fondo innegable de soberbia, que “la primera impresión es la que vale”. Lo cierto es que puede valer…. o no. Y reconocer la probabilidad de error es algo que el ser humano ha intentado alcanzar gracias a su consciencia y a la de quienes desarrollaron lo mejor de nuestras teorías sobre la verdad, sobre el conocimiento de ella y, muy especialmente, sobre los derechos humanos.

Los seres vivos están predispuestos evolutivamente a sobrevivir utilizando el menor caudal de energía posible y reaccionando ante el peligro por más que resulte lo menos probable. Eso los activa para protegerse inmediata y eficazmente, pero a costa muchas veces de cometer errores de juicio. El ejemplo del gato es significativo y generalizable a toda la naturaleza. Si a un gato, que yace plácido en la alfombra, se le coloca un objeto alargado y grueso detrás, al advertirlo huye despavorido o lo ataca sin piedad. El instinto de conservación prima la primera impresión, aunque sea falsa. Y es que el riesgo de detenerse metódicamente a comprobar si tal objeto es o no una amenaza es mayor que el de protegerse inmediatamente de él, aunque no exista peligro. Comprobar la verdad no es, para el gato, seguro.

La segunda de las fuerzas que pueden consolidar el error y mantener el juicio injusto a pesar de las evidencias en su contra es el de la autocomplacencia. Tendemos a mantenernos en nuestro juicio cerrándonos a revisarlo. Encontrar placer en saber la verdad, en reconocer con humildad nuestro error y vivir con más plenitud y orgullo por haber rectificado es difícil, pero es posible. A pesar de ello, Dolores Vázquez, veinte años después de demostrada su inocencia, hubo de residir largo tiempo fuera de España. Hoy, aquí ya, su existencia es triste y precaria. En el caso del bullying escolar, es el acosado el que se ve forzado a cambiar de colegio con frecuencia.

Pero la sociedad humana tiene otras exigencias. Darnos cuenta de la diferencia entre el “estado de naturaleza” y nuestro “estado social” ha sido labor ardua de miles (o más) años. Tarea que han desarrollado muy bien los sentimientos sofisticados que en nuestro cuerpo fueron surgiendo de lo profundo de nuestra biología. Fruto de ello es la consciencia, y según la razón que esa consciencia nos permite, sabemos que el coste de oportunidad de cometer un error de juicio puede ser mayor que el de reaccionar siempre como el gato. La diversidad individual es un valor enriquecedor en todos los sentidos siempre que evitemos considerarla irracionalmente como un peligro. Y siempre que esté sometida y, a la vez apoyada, por reglas morales y por reglas éticas. Esas reglas son las que definen a una sociedad abierta y segura a la vez. Es el ideal que los pensadores de la era de la Ilustración imaginaron y muchos otros, desde mucho tiempo antes, prefiguraron: razón, justicia, ciencia, progreso, libertad y cooperación.

La educación se ve prioritariamente afectada por todo lo expuesto. Tanto en casa como en el colegio, en la vida adolescente (especialmente aquí) como en la adulta, ser apasionadamente racional es mejor que dejarse llevar por las primeras, y también apasionadas, impresiones. La vida social del futuro adulto mejorará, su inteligencia también, y no digamos nada de la calidad de sus relaciones laborales e interpersonales. Se debe preparar también a reaccionar como el gato y a identificar las situaciones de vida/muerte o de peligro físico o psicológico. Pero, en términos generales, los entornos sociales que creamos en las sociedades abiertas son razonablemente seguros. Y desperdiciar el valor de la justicia en nuestros juicios es muy perjudicial.

 

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