Rafael Nuñez-La importancia de la herencia genética

Es posible que los padres proporcionen a sus hijos estímulos culturales variados, pero no lo es que moldeen su personalidad. Esta afirmación es todo lo que de verdad podemos saber acerca de la educación y han sido concluidas por largos años de estudios de genética conductual. El psicólogo Eric Turkheimer resumió todo lo importante de las investigaciones en este campo y lo hizo con un rigor poco frecuente en psicología.

De su síntesis se destaca las siguientes leyes de la conducta humana:

De la primera ley, obtenida por innumerables pruebas, se deduce algo que la intuición de los padres y de los viejos educadores ya captaba. La experiencia nos dice que los hermanos biológicos (este es solo un tipo de casos y métodos de investigación realizados) son muchísimo más parecidos que los adoptados. Y esto sucede así incluso cuando los hermanos biológicos se han criado en familias diferentes. Los rasgos básicos de la personalidad, los talentos subyacentes son hereditarios. Podemos ver a nuestros hijos y a hijos de otras parejas criados y educados de maneras muy similares, pero los hechos dictan que los rasgos básicos de la conducta son heredados. Esos rasgos, resumidos en el acrónimo inglés OCEAN, son:

Openess o apertura a la experiencia. Es decir, si el niño es inventivo y curioso o bien, consistente y cauteloso.

Conscientiousness o escrupulosidad. En este caso se comprueba si estamos ante una persona eficiente y organizada o extravagante y descuidada.

Extroversión. Se trata aquí de ver si el niño es propenso a ser sociable y/o enérgico o a ser más bien solitario y reservado.

Amabilidad. En este rasgo hereditario se percibe el grado en que es amistoso y compasivo o bien desafiante e insensible.

Neuroticismo. El último rasgo conductual se refiere a si estamos ante alguien susceptible y nervioso o bien resistente y seguro.

La combinación de estos rasgos hereditarios es tan amplia como los individuos que poblamos este planeta. Pero estas variables son el mejor mapa que la ciencia y la intuición pueden aportar a la conducta y a la educación.

Siendo, como son, hereditarias, es necesario abandonar el objetivo de violentar las naturalezas de los niños. Los humanos nacemos con contenidos escritos en nuestras naturalezas, con emociones, sentimientos, preconceptos y muchas otras capacidades inscritas en nuestros cuerpos. ¿Hasta qué punto podemos educar para un mundo más cooperativo y pacífico? Las posibilidades son muy altas. Podemos evolucionar hacia esa sociedad, podemos educar mejor a nuestros hijos, pero no podemos negar que la naturaleza de la herencia genética está ahí por algo.

Educativamente es preciso desechar, como explicamos en un artículo anterior, la idea de que podemos escribir en el alma de los niños lo que queramos, por bueno que nos parezca. Los niños no son tabla rasa. Tampoco nacen fuera de un entorno. Y a esto se refiere la segunda y la tercera ley.

La educación familiar es muy importante. No deduzca nadie que la potencia de los genes anula todo lo demás. No es así y la ciencia no avala que sea así. La familia sostiene física y emocionalmente al niño. No puede hacer que un niño introvertido se convierta en extrovertido, pero sí puede ayudar a que su introversión sea un valor para desarrollar junto con otros valores. Sí puede dar al insensible una educación moral para que convierta, igualmente, su agresividad en un valor para todos. Los ejemplos que se pueden desarrollar son muchos y lo haremos en semanas sucesivas.

Pero es muy importante mantenernos centrados en que las familias no pueden sustituir una conducta básica por otra. Aunque sí pueden apoyar los mejores recursos íntimos de cada niño para que este sea aceptado y potenciado.

Pero lo que sí significa esta ley, lo que debemos sacar en conclusión de saber que la herencia genética es la más potente de las herencias que tendremos en nuestras vidas es que no debemos sobreproteger a nuestros hijos. Muchos padres consideran que cada palabra, cada gesto suyo debe estar guiado hacia el bienestar emocional libre de problemas de sus hijos. Podrían perfectamente relajarse al respecto. El trato amoroso a los niños y, en general a las personas, debe basarse en la ética, la cooperación y la ayuda y no en la angustia.

La buena noticia es que no lograrán nada sustancial en su conducta básica y sí un mensaje erróneo ante la realidad. Esa realidad que es el entorno y que educa más de lo que creemos, como enuncia la tercera ley de la conducta.

Y si no se explican ni por unos ni por los otros tenemos que son fruto del entorno. Este es muy importante. Nacer, por ejemplo, en una familia desestructurada pero disponer de posibilidades cercanas de desarrollo y felicidad tiene un gran valor. Los estímulos positivos y elevados en una sociedad determinada, es salvador para los niños. Los amigos, las relaciones sociales, el ambiente cultural en que se desarrollan son determinantes.

Es el entorno moral de los semejantes, los estándares de los líderes de una sociedad los que pueden hacer mucho por los niños, por la educación. Y entre esos estándares morales está como piedra básica que no podemos moldear a los humanos a gusto de modas pedagógicas, políticas o sociales. Que los valores de la razón, el progreso y el humanismo.

La influencia de este factor, el ambiente social, puede superar incluso a la influencia de la familia, pero no nos permite desacreditar la fuerza de los genes.

La naturaleza humana, para ser educada, debe ser respetada.

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