Rafael Nuñez Aponte-Educar los ángeles y rechazar

Contra todas las percepciones y opiniones sesgadas que los medios usan para mal nutrir nuestras mentes, hemos de afirmar que la humanidad va a mejor. Con altibajos, pero lo hace. Los momentos de progreso son mayores en intensidad y duración que los de retroceso. No me detengo en justificar estas afirmaciones pues no se trata de eso en esta reflexión escrita. Los datos que nos deben volver optimistas respecto a los seres humanos están ahí para consultarlos y Steven Pinker y otros estudiosos ofrecen una profusión de hechos que lo demuestran.

Asumir la realidad de los avances morales y materiales de los seres humanos nos debe llevar a desear que nuestros hijos absorban ese esperanzador y realista mensaje. Y a que actúen, vivan y sientan en consecuencia con él. Creer en la capacidad humana de mejorarse a sí misma, ayudando a los demás a ser mejores implica necesariamente comunicar ese optimismo racional. Y cuidémonos de ser perezosos en esto: las cosas van bien pero pueden ir mal si no educamos en las virtudes positivas. Para que los “ángeles” interiores triunfen debemos fomentarlos frente a los “demonios”.

El primer principio para vivir felices es ser realistas. Y llevados por ese realismo, la primera afirmación que debemos tener en cuenta es que en el cerebro humano hay tendencias que llevan a la destrucción y tendencias que llevan a la construcción, a la mejora, a la felicidad. Y así hemos de ver a los niños: seres capaces de lo bueno y de lo malo. La primera regla, obvia por otra parte, es alimentar a los ángeles y desanimar a los demonios que puede haber en las mentes y en los corazones de los niños:

  • Empatía. Muchas son las ocasiones que se presentan para alimentar este sentimiento que no es solamente sentimiento. Es, también, la reflexión razonada que hace que el niño sea capaz de sentir la necesidad, el dolor, el progreso y la alegría de sus amigos o de sus familiares. La empatía, la compasión racional es el principal freno a la violencia. De entre esas ocasiones para animar a los niños a ser empáticos está la de los comentarios que los padres y educadores hacen a diario. Viendo la televisión, paseando, hablando de los sucesos del día hay que animarlos a que calcen, sí, sus propios zapatos, pero que se imaginen también con los zapatos de otros.
  • Deseo de progresar en equipo. Una buena manera de ver esta virtud es con una anécdota real en un comedor escolar con adolescentes. En cada mesa había cinco alumnos y una jarra grande de agua. La tendencia de cada chico era a servirse a sí mismo siempre que quería beber. De esa manera los más rápidos acaparaban más agua e, incluso, bebían en exceso. Pero la norma que establecimos cambió las cosas: cada vez que alguien deseaba llenar su vaso debía hacerlo antes con los vasos de sus compañeros. Todos bebían lo que querían, luego todos salían ganando.
  • Autocontrol. Es la parte más difícil de educar, pero la más gratificante. Que los niños lo ejerciten implica que se les acostumbre siempre a pensar en las consecuencias de dejarse llevar por sus emociones. Sientan entusiasmo o tristeza, amor o resentimiento, el ejercicio de reflexionar con sus padres qué es lo que pasa si “hago lo que me dicta mi emoción”, es necesario. A medida que el chico aprende esto, aprende también a cuidar de sí mismo y a cuidar de los suyos. Haciendo eso se convierte en un pequeño líder de su entorno.
  • Coraje. Cuando el niño persigue objetivos y trabaja en ellos demuestra coraje. Cuando se esfuerza en jugar divirtiéndose y aprendiendo, tiene coraje. Cuando anima a sus compañeros a mejorar y a superar las dificultades, expresa coraje. Cuidar de lo propio y ayudar a cuidar de lo que le une a los demás, eso es el coraje. Y hacerlo con convicción, con autoestima es muy importante porque la visión de una sociedad que progresa de verdad exige coraje de los seres humanos del mañana.
  • Racionalidad. Las emociones están para ayudarnos, no para hacer infelices a nadie. Y esas emociones han de ser guiadas por la razón: empática, cooperativa, autónoma y crítica, pero siempre objetiva y con altura de miras. Buscar afilar la inteligencia mediante la lectura, la escritura, el conocimiento artístico, el saber científico. De esas y de otras maneras se estimula al niño a salir de la estrechez provinciana para abordar un mundo de preguntas y respuestas, de observaciones y de reflexiones, de contactos humanos y de cooperación. A querer saber antes que a criticar. A comprender antes que a derribar. A distinguir lo positivo y a rechazar lo tóxico de las conversaciones y de las vivencias. Y, por supuesto, a usar la mente para todo eso.

Solemos repetirnos que el mundo, la vida está llena de sinsabores y de sinsentidos. Una desgraciada manera de ver la existencia es creerla llena de amenazas y de enemigos. Es un punto de vista demasiado popular y es lo que vende. Literalmente pagamos más por noticias y sucesos conflictivos y escabrosos que por los progresos de nuestros vecinos. Pero hemos de saber que estamos tan preparados para sentir así las cosas como para hacer lo contrario. Muchos son los componentes del odio y otros tantos los del amor. Nuestros cerebros están tan capacitados para lo uno como para lo otro, pero, por alguna razón evolutiva, las probabilidades de que la combinación psicológica que lleva a lo constructivo es más densa, más sutil y eficaz. Educar en los valores y las tendencias exige a padres y a educadores firmeza de convicciones y flexibilidad en las soluciones.

Ver fuente