Rafael Nuñez-Adolescentes entre anhelos y rechazo

Nos preocupan los adolescentes, el adolescente que convive y que crece con la sociedad y con muchas familias. No podemos evitarlo. Los padres transitan del orgullo, por ser carne de nuestra carne, al rechazo por las desconexiones que nos retan día a día. Las noticias y los casos de adolescentes difíciles, que pasan de la implosión a la agresión y al egoísmo del rebelde sin causa, nos inquietan. Pero el velo de lo excepcional nos impide, muchas veces, ver el potencial creador de lo normal. Ni todos los adolescentes son ferozmente disruptivos ni alguno pasa sin traumas sus fases.

Rupturas, siempre rupturas

La adolescencia es el cambio biológico y psíquico más traumático de toda nuestra vida. Se trata de un trauma interno, vivido con exaltación, hoy; con implosión emocional, mañana. Abandona, nunca del todo, la piel del niño, y adopta el manto del preadulto, del que quiere ser sin saber del todo qué quiere ser y hacer. Al igual que el niño de Heráclito, hace y deshace a su antojo inmediato, ensayando formas de ser, tribus a las que pertenecer, modelos que desea o que no desea claramente. La dependencia se alterna con el rechazo a la misma dependencia.

Y esto ocurre siempre. En aquellos que sienten las normas de sus padres, sus modelos, como camisas de fuerza que los ahogan, la ruptura, o, mejor, el rupturismo, estallan en no se sabe qué momento. Estos son los sucesos que nos desconciertan. Hieren a sus padres reaccionando a lo que sienten como heridas. No admiten los consejos sobre ropas ni las normas sobre la necesaria colaboración en los trabajos de la casa. Tampoco quieren saber qué quieren sus padres o sus educadores y se afirman a sí mismos en la oposición.

Tipos de rupturas

Pero la protesta evidente, la rebeldía sin causa y con dolor no siempre es lo habitual. Muchos adolescentes pasan su etapa, a ojos de sus padres, con tranquilidad, con adaptación y fluidez. Todo va bien, creen, y mi hijo no es así, dicen. Las rupturas son de tamaño micro, en realidad, pero inevitablemente estas se dan. Padres que están atentos a cada sentimiento de su hijo en esta etapa apoyan los cambios e, incluso, los alientan. Cambiar es bueno y admitirlo, desearlo, es mejor. Las sensaciones del adolescente son, casi siempre, inconscientes ya que se asientan en los cambios de cuerpos que mandan mensajes. Si el propio adolescente no los entiende y si los padres no los tienen en cuenta creerán que todo los males que uno y otros se imaginan son reales. Los cambios del cuerpo se reflejan en los pensamientos. Por eso lo mejor es ser conscientes.

Caminos para seguir

La comprensión de las fuerzas internas y la claridad de las pautas razonables deben ir, aquí, muy de la mano:

  • La casa y los comportamientos deben ir marcados por las normas. Si los niños necesitan normas, si los adultos las seguimos, los adolescentes no han de dejar de tenerlas. Pero ya no son las normas interiorizadas desde la ingenua inteligencia infantil, sino desde una compostura más autónoma y responsable. Hay que asignarles tareas caseras y de equipo, sin duda. Pero alentando la autonomía y la manera propia de hacer, confirmando su personalidad a la vez que la conectan empáticamente con los demás.
  • Aceptar que la vida es ensayo y error. En la adolescencia esta capacidad tiene su máximo de posibilidades y, también, algunos riesgos. Dejar que se equivoque dentro de los límites de la seguridad, es vital. Si siente que, cada vez que resulta imperfecto en su hacer, es inadecuado para sus padres, el chico se verá ante dos alternativas. O implosiona o explosiona. Poco de bueno hay en ambas posibilidades.

La vida para el adolescente es excitante, algo lleno de descubrimientos en la vida social que despiertan pulsiones profundas, aunque a flor de piel. Quedémonos con esa excitación ayudándolos a convertirla en crecimiento.

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