No podemos saber si las emociones que sentimos son buenas o malas por sí mismas. De hecho, algunas de las que creemos adecuadas, como la compasión, pueden resultar destructivas. La compasión por alguien que nos tiene engañados, lo es. La atracción por una compañía tóxica y que nos limita, también lo es. La rabia puede ser tóxica o no serlo; puede ser destructiva o creativa. Pero…..

¿Cómo saberlo?

Usando nuestra razón. Ni más ni menos. Nadie puede navegar en la vida sin descubrir con su razonamiento qué es bueno y qué no lo es.

¿La productividad usando el propio esfuerzo y talento es buena? Sí. Pues acoplemos nuestras emociones a ella creando sentimientos de satisfacción por ello.

¿Respetar la libertad de cada uno es bueno? También. Pues hay que crear sentimientos de amor por esa libertad y de confianza en las otras personas.

¿La asertividad, es decir, la capacidad de afirmarse a sí mismo y por sí mismo poniendo límites a lo que admitimos de los demás, es positiva? Sí, es muy positiva. Pues sintamos con nuestro corazón que somos valiosos y que nos gusta expresarlo en favor de aquellas personas a las que hemos decidido ayudar.

Por eso es muy importante educar a nuestros niños en los valores de la razón, de la justicia, de la honestidad y de la autoestima para que sus emociones no sean básicas, impulsivas y destructivas.

¿Cómo hacerlo?

En su obra “el respeto a uno mismo”, Nathaniel Branden escribe:

“La elección de pensar resulta verdaderamente heroica en algunos casos. Por ejemplo, ¿qué sucede si elegimos pensar y nos topamos con hechos que nos desconciertan?¿Qué pasa si elegimos pensar y nuestro pensamiento nos lleva a conclusiones que amenazan con romper la rutina de nuestras vidas?¿Y si elegimos pensar y nuestras conclusiones nos alejan del curso de las creencias de nuestro prójimo?¿Qué sucede si como consecuencia de elegir pensar comenzamos a observar rasgos y características de nosotros mismos que no admiramos?¿Si elegimos pensar y vemos lo que no queremos ver… o lo que otros no desean ver?”

Por eso, a pesar de lo problemático que es pensar, nunca debemos dejar llevarnos por la pereza mental y mucho menos si tenemos niños a nuestro cargo.

Para empezar, debemos tener en cuenta que una de las necesidades básicas para poder cambiar lo que sentimos es reconocer qué es lo que sentimos: Poder nombrar nuestras emociones es importante para saber cómo nos afectan los estímulos externos, por lo que el consejo básico es identificar eso que nos pasa y poder ponerle nombre. Después de que el niño reconozca que siente envidia o tristeza (por ejemplo) hay que ayudarle a descubrir el autodesprecio que hay detrás de esos sentimientos. Después, llevarlo a pensar en sus capacidades y en lo absurdo de sentirse inferior validando sus capacidades y personalidad.

Por otra parte, las emociones que sentimos no nos representan totalmente, es decir, una estrategia para desarrollar la inteligencia emocional, que la inteligencia apoyada en los buenos valores y en la racionalidad, es aprender a dejar de identificarnos con lo que sentimos. Seguro que a menudo hemos escuchado a personas de nuestro alrededor sentenciar cosas definitorias: “Es muy alegre”, “se enfada por nada”, “siempre está triste”. Pues bien, aunque durante un período de tiempo puede que sintamos más alegría, ira o tristeza, estas emociones no nos definen y no tenemos por qué quedarnos encerrados en ellas.

Por eso, es importante aceptar que algunos hechos nos provocan emociones diversas, pero que nada de lo que sucede es personal. ¿Qué quiere decir esto? Pues por una parte, que el mundo no está empeñado en hacerte infeliz y por otra que las demás personas no son responsables de lo que tú sientes. Esta es una tarea individual, y claro que habrá personas que tengan finalidades poco éticas o responsables afectivamente, pero es nuestra tarea aprender a poner límites tanto a los demás como a nosotros mismos. Es importante recordar que lo más importante es aprender a hablarnos a nosotros mismos como le hablaríamos a los demás.

Por esta razón, debemos aprender a relacionarnos mejor con las personas, y esto también incluye un profundo respeto hacia nosotros mismos. La familia, las amistades y en general las personas con las que tenemos un vínculo tendrán que practicar a su vez sus propias estrategias de autocuidado, lo que significa que como personas en relación tendremos que ser conscientes de nuestros límites, necesidades y vulnerabilidades cuando nos compartimos con los demás.

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