LOS MUCHACHOS QUE ME RESCATARON DE LA MUERTE.

Dedicado a Javier y a los ‘muchachos’ de la ONG Internacional Bullying Sin Fronteras.

La prepa fue una mazmorra

en este violento México. 

Solo era ‘pinche gorda’

sin nombre, sin miramientos.

Mis padres se preocupaban

viendo mi continuo gesto

de tal fastidio y enojo

como árbol muerto y seco.

Yo que siempre era alegría

cuando aparecían ellos,

iba pensando en matarme;

sobre mi caía el cielo.

Y cuando ya no aguantaba

este continuo desvelo,

tome una pistola nueva

como pasaje al infierno.

Al retirarle el seguro

senti ladrar a mi perro 

y aconteció algo extraño

un golpe duro y severo.

Como el cuento de Alan Poe

me venía desde dentro.

Mi corazón delator

decía que no haga ello.

Que esperara a la mañana.

Tal vez llegaría el consuelo.

Como había dicho Javier 

y recordé todo aquello.

La canción de ‘los muchachos’

que me golpeaba por dentro,

mi corazón delator

era mi amigo sincero.

Me hizo estallar en llanto,

cayó la pistola al suelo.

Y fueron aquellos muchachos,

aquellos muchachos buenos.

Los que salvaron mi vida.

los que trajeron de nuevo,

ilusiones y esperanzas

como ese primer beso.

Me llamo Rocío. Concurro a una prepa del Distrito Federal y tengo 18 años. Como voy a contarles, he sufrido un terrible episodio de bullying o acoso escolar que me llevaba directo al suicidio. Gracias a mis queridos padres, que en todo momento se ocuparon de mi, desde que hube de nacer, pude tener el valor de hablar con la ONG Bullying Sin Fronteras. Sin embargo, todo lo maravilloso que pudimos vivir, con mis padres, durante esa entrevista por Zoom, no hubo de alcanzar para disipar todas mis dudas y a poco estuve de quitarme la vida. Pero entre Edgar Alan Poe, Javier, los colaboradores de Bullying Sin Fronteras y la canción argentina ‘Muchachos’, algo mágico pudo pasarme y se los cuento. También les dejo un poema que bien me pudo llevar años en hacer pero con esfuerzo hubo de lograrlo hacer en solo tres meses.

Mi gratitud y la de mis padres hacia esos ‘muchachos’ siempre será infinita. Incluso mi perro, un bello cocker spaniel que antes se llamaba ‘Sebastián’, hace unos días hubo de cambiar su nombre a ‘Muchacho’.

Todo empezó así: decidimos con mis padres enviar un correo electrónico a BSF. Sin contemplaciones hablaba de mi intención de quitarme la vida, algo que mis padres no toleraban pero tampoco tomaban muy en serio. En 24 horas nos contestaron y el Director de BSF tendría una reunión con nosotros al día siguiente por Zoom, en horas de la tarde de México D.F. 

Hubo de empezar la comunicación y el Dr. Javier Miglino dijo entonces:

– «Bueno, contanos. ¿Qué te está pasando Rochi?

Mi padre que se encontraba detrás mío comenzó a reir por lo bajo y hubo de decir:

 » – ‘Rochi’. Estos argentinos siempre tienen alguna que nosotros no sabemos». En los nervios que tenía, esas palabras no ayudaron nada. Mi madre hubo de apretarme el brazo para que les platique y no pude más y me puse a llorar. Mis padres se encontraron entonces entre avergonzados y enojados conmigo. Las cosas no podían ir a peor. Entonces Javier, que así se llama el doctor, dijo: 

» -Un momento, Rocío. Esperá que vamos a dedicarte una canción. A ver la gente, vamos a hacer un ‘muchachos’ solamente para Rocío». 

Se hizo un silencio durante unos segundos y luego hubieron de acercarse a la cámara varios chicos y chicas y yo era la privilegiada que iba a tenerlos a todos, solo para mi. ¿Privilegiada? ¿Por qué, dirán ustedes? Por lo que hubo de pasar entonces …

Javier dijo: ‘ -vamos con el  ‘Muchachos’ para Rocío; 1,2,3′

«Rocíiiio, ahora nos volvimo’ a ilusionar

queremos verte re contenta

queremos que dejes de llorar!!

Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar

Porque Rocío está sonriendo

y porque paró de llorar!!!»

Durante 10 minutos, mis padres, los chicos y chicas de Bullying Sin Fronteras, el Dr. Javier Miglino y yo; solo cantamos esas estrofas y por supuesto, no solo había dejado de llorar, sino que sin darme cuenta me encontraba sonriendo y ya ni me acordaba de porque los había llamado. Me encontraba felíz y confiada y cuando pude ver el rostro de mis padres, parecía como que un peso mil libras se les había quitado de encima.

En unos pocos minutos hube de relatar los problemas que estaba teniendo y como de a poco la situación me estaba empujando al suicidio. Mis padres asentían. El Dr. Miglino hubo de comprometerse a darme una respuesta dos días después e incluso puso en alerta a mis padres para que me cuiden en todo momento y que no regresase a clases hasta el momento de su comunicación.

Esa noche me encontraba sola porque era de madrugada y mis padres estaban durmiendo. No podía creer todavía lo que me había pasado. Me sentía felíz y aliviada pero todo hubo de cambiar cuando tuve que consultar mi teléfono personal porque no dejaban de llegar mensajes. Por WhatsApp llegaban cosas tales como:

 

‘pinche cerda no vuelvas a clase’ 

en forma reiterada con memes y eso. El último mensaje que había podido leer decía: 

‘pinche cerda, por qué no te matas?’. 

Fue entonces cuando hube de encaminarme al escritorio de mi padre donde tiene un mueble en donde guarda sus armas. Desde pequeña puedo verlo a escondidas, sacarlas, limpiarlas, cargarlas y descargarlas. La última que supo comprar era una pistola belga marca Glock. Pude abrir sin problemas el aparador donde estaban las armas porque sabía como hacerlo utilizando una de mis pinzas de metal para el cabello. Al quedarme un rato observando la Glock, pude tomar la decisión de usarla contra mi misma. La tomé en mi mano derecha, y al quitarle el seguro se produjo un sonido ‘clack’. Mi perro, Sebastián, se llama así en honor al cangrejo de la Sirenita, ladró fuerte. Mi corazón iba a mil pero había decidido seguir adelante. Entonces hube de recordar el cuento que habíamos leído en clases de Edgar Alan Poe: «El corazón delator», donde el corazón terminaba despertando la conciencia del asesino y lo obligaba a confesar. Conmigo era distinto. Mi corazón me obligaba a pensar. En mis padres, en lo que me había dicho Javier; solo dos días o incluso menos. En ese momento mi corazón pasó de latir fuerte y acelerado a latir fuerte y acompasado. Tenía ritmo. Era como un tambor que acompañaba la canción que me habían cantado Javier y los colaboradores de Bullying Sin Fronteras: ‘muchachos‘; ‘mi muchachos‘. Se me cayó el arma que al estar sin seguro supo dispararse, logrando agujerear un valioso sillón pero sin lastimar a nadie. Mientras me encontraba llorando sola, llegaron mis padres, a poco mis vecinos, luego los vecinos de mis vecinos y gente que ni conocía. Incluso la Policía. Mis padres hacían lo posible por explicar qué había pasado y en un rato todos se fueron. Algunos con cara de alegría y otros no tanto. Pero mis padres y yo estábamos felices. Había vuelto y ya no me iría nunca. Los ‘muchachos‘ me habían quitado, irónicamente, el deseo de quitarme la vida.

Al día siguiente me llamó el director del instituto en donde cursaba mis estudios, preocupadísimo por la llamada del Dr. Javier Miglino y de Bullying Sin Fronteras. El señor director hubo de intentar explicarme que todo se había tratado de unos malos entendidos y de cosas por el estilo y que no solo me entendía sino que se ponía a mi disposición para solucionarlo. Yo sólo le había podido manifestar que esperaría la comunicación de Bullying Sin Fronteras.

La comunicación hubo de llegar y el Dr. Javier Miglino, puso al director que estaba junto a su equipo de profesores, en alta voz. Les pidió una disculpa hacia mi y hacia mis padres, que llegó sin titubeos. Luego, Javier les hizo saber que la situación había sido tan grave que yo había pensado en el suicidio y que por circunstancias como esta, 200 mil niños, adolescentes y jóvenes en todo el mundo, cada año, pierden la vida a causa del bullying y el ciberbullying. Por último, hubo de llegar el compromiso de parte del instituto de resolver la situación que pudo zanjarse, colocando a los hostigadores en suspensión por una semana, mientras les buscaban una nueva prepa. Pude entonces volver a clases y ver como mi pesadilla llegaba a su fin. Mi modo de agradecerle a Javier y a los ‘muchachos‘ de Bullying Sin Fronteras fue realizando una poesía, que se llama: «LOS MUCHACHOS QUE ME RESCATARON DE LA MUERTE«. Tan duro y tan real como eso. Mi agradecimiento y el de mis padres hacia ellos no tendrá fin. 

Una vez más: ¡GRACIAS, MUCHACHOS!

Rocío L.M. México D.F. MEXICO.

Todos los derechos de este poema han sido cedidos por escrito y en forma gratuita por la autora, a favor de la ONG Internacional Bullying Sin Fronteras.

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